Érase una vez un carpintero llamado Alvareto que construyó un títere de madera al que llamó Pinocho Zuluaga. Pese a que le faltó ser un poco más pulido en los detalles, y a que se le fue la mano en el momento de pintar las cejas –al punto de que estuvo tentado a vender su muñeco al ventrílocuo Carlos Donoso, asunto que descartó porque a lo mejor el humorista venezolano estaba adscrito al régimen chavista–, el viejo carpintero sintió que gracias a su marioneta ya no se sentía tan abandonado en eso que llaman la soledad del poder.
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