Cuando acordó Victorina ya iba encaramada sobre un tubo de llanta cruzando las aguas del río Bravo. Los gritos de los otros migrantes la volvieron en sí. ¿Qué hora era? Tal vez la 1 o 2 de la madrugada, cómo saberlo si el cielo estaba emponchado, tal vez estaban redondeando las 3, la hora en que cantan los gallos en su natal Honduras. Ni el frío de la época ni el agua a punto de congelación le aturdieron tanto los sentidos como la conmoción de ver a tantas familias aterradas, sin saber nadar, intentando cruzar el río. Vio a muchas que llevaban como salvavidas bolsas plásticas infladas porque no alcanzaron tubo de llanta. Jamás había visto tantos niños en un río, ni siquiera en el río Choluteca que es inmenso.
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