No necesitó tomar un arma para mostrarle al mundo, que en Colombia los problemas sociales siguen sin ser resueltos y que cada vez que la ciudadanía se levanta, esta es masacrada, violentandole sus derechos a la protesta.
En medio de su sonrisa de niña grande y de un cuerpo menudito que la hace ver más juvenil, decidió hacerse a una batuta y dirigir como lo hacen las grandes directoras, la orquesta de la vida, con la esperanza que su sinfonía recoja las voces rebeldes de los jóvenes y mayores que hacen parte de nuestro territorio profundo, olvidado, vejado y usado como algo que vale solo en un pequeño momento, pero luego, el olvido que construye el mal uso del poder, las tira como si no tuviera valor.
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