Por: Cicerón Flórez Moya
El expresidente Álvaro Uribe, con una caracterización de ególatra consumado, debiera ser el mayor guardián de su buen nombre. Y no lo es, a pesar de ese acentuado culto a la personalidad que desborda en sus intervenciones públicas para mostrarse con el más alto encumbramiento en realizaciones “a favor de la patria” durante sus dos gobiernos y en sus actos de líder político.
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