ANTONIO CABALLERO 11 OCTUBRE 2020
Como cada vez que hay muertos grandes en Colombia, amigos y enemigos coinciden: «¡Qué bueno era!»
Pero de esas necrologías corteses está hecha en buena parte la falsificación de nuestra historia, que nos impide comprenderla. Por eso ahora, ante el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, me permito discrepar de esa unanimidad hipócrita que llora su cadáver. Creo que hacerlo es, además, respetar la verdadera dimensión histórica del personaje, que antes de muerto grande fue un vivo grande: pero no ese cruce improbable de Montesquieu, Leonardo y la madre Teresa que pinta en estos días la prensa, sino uno de los políticos más nefastos y dañinos que se hayan visto en esta tierra de políticos dañinos y nefastos que es la nuestra.
Nefasto, por violento. Acaba de perecer víctima de la violencia, que condenamos todos. ¿Todos? No: él no.
Durante toda su larguísima vida política (50 años) Álvaro Gómez Hurtado fue un tozudo predicador de la violencia como instrumento de la política.
Empezó con sus arrebatos juveniles a favor de «la acción intrépida y el atentado personal», persistió en su madurez con la incitación al aniquilamiento físico de las «repúblicas independientes», se empecinaba todavía en su vejez con el embeleco de que había que «tumbar el régimen». Hace apenas un par de años se definió a sí mismo, sin arrepentimiento, como «un soldado de primera línea». Pues nunca pudo aprender nada del hecho de que esa violencia que predicaba y practicaba hubiera resultado siempre contraproducente para sus propios fines.
De la guerra contra los liberales, el incendio de sus periódicos y de las casas de sus jefes, no salió la victoria de sus ideas, sino el derrocamiento del gobierno de su padre. El bombardeo de las “repúblicas independientes” expandió rápidamente la guerrilla al país entero, en vez de eliminarla. Y el régimen no ha caído, sino que el mismo Álvaro Gómez Hurtado está muerto.
La violencia que propugnó no soluciona los problemas, sino que los agrava.
Violento desde el poder. Porque si bien se presentaba últimamente (ya lo había hecho antes: casi en cada oportunidad electoral) como un adversario del régimen, su biografía ilustra todo lo contrario.
Salvo en los cuatro años de su exilio bajo la dictadura de Rojas, toda la larguísima carrera política de Álvaro Gómez Hurtado se desarrolla desde el poder. El de su padre primero, de quien fue la «eminencia gris», y luego, derrotado muchas veces en sus aspiraciones presidenciales (bajo diversos nombres y diversas banderas: Álvaro Gómez Hurtado, el Salvador Nacional, bandera azul, bandera de cuadritos, bandera de arco iris), desde el poder de sus adversarios, a quienes, en vez de oponerse, prefirió siempre extorsionar para sacarles «cuotas».
Cuotas para mantener su ficción de ser «periodista independiente» (la Operación K para financiar su diario El Siglo, la concesión del Noticiero 24 Horas en la televisión del Estado) y cuotas burocráticas para sostener su farsa de ser un «parlamentario independiente», como lo decía todavía, sin sonrojo, en recientísima entrevista: ministros (en el gobierno actual todavía), directores de instituto, gobernadores, telegrafistas, barrenderos embajadores.
El mismo fue embajador varias veces: de Ospina, de Barco en los Estados Unidos, de Gaviria en Francia (sin contar las “palomitas” en la ONU). y senador toda la vida, y jefe hereditario de medio Partido Conservador desde los 30 años, y designado a la presidencia y presidente de la Asamblea Constituyente.
La simple enumeración de los cargos públicos ocupados por Álvaro Gómez Hurtado coparía entera esta columna, y basta para demoler su desfachatada pretensión de haber sido «la oposición al régimen». El régimen era él. Y de su corrupción (evidente) carga él con buena parte de la responsabilidad.
Porque una «oposición» que consiste simplemente en extorsionar al poder para poder participar en él, no sólo no ayuda a depurar la podredumbre, sino que contribuye a aumentarla.
Cabrían más cosas. ¿Servidor público? El propio Gómez resumió su tarea como embajador en Francia diciendo que le había servido «para ir mucho a la ópera».
¿Patriota? Su desprecio por el país (desprecio racial, cultural, político, y hasta físico) se resume en una anécdota: invitado, en tiempos del «proceso de paz» de Betancur, a entrevistarse con la guerrilla en Casa Verde en la Uribe para discutir sobre la paz, se negó con desdén: «No está uno para ponerse a visitar lejanías». Porque Colombia le quedaba muy lejos.
Que lo lloren sus deudos. Pero que no vengan a llorar ahora, al amparo de su muerte violenta, a tratar de convencemos de que Álvaro Gómez Hurtado era un héroe.
Antonio Caballero
Noviembre 6 de 1995
Adendum:
Este 7 de octubre Gloria Gaitán, hija de Jorge Eliécer Gaitán bajo el título «Alvaro Leyva, te llegó la hora de decir la verdad» escribió:
“Tú y yo nos “distinguimos”, como dice la sabia expresión popular. Porque es cierto que uno distingue a mucha gente, ¿pero conocerla? A muy poca.
“Pues bien, esa relación, que se debe a que nacimos y crecimos en el marco de una misma generación y en nuestras mutuas casas se hablaba siempre de política, hizo que desde niños nos familiarizáramos con lo que acontecía en el país, porque en el ambiente de nuestros hogares se hablaba todo el tiempo de política. Claro está que no oíamos lo mismo, porque pertenecíamos a grupos reconocidamente opuestos.
“En estos días hemos sabido que adorabas a Álvaro Gómez Hurtado, ajusticiado por las Farc. Él nació el 8 de mayo de 1919, mientras que tú naciste el 29 de agosto de 1942. Son más de 23 años de diferencia, lo que no impidió que fueran íntimos amigos, según lo has dicho, por lo que es de suponer que supiste de los “cortes de corbata”, o de “franela”, como también llamaban a esos actos de barbarie que Gómez puso en ejecución con los grupos de choque que lideró contra los gaitanistas, cuyos dramas nos contaba la gente que, después del 9 de abril de 1948, llegaba a nuestra casa a buscar refugio donde mi mamá.
“También debiste saber que, bajo la dirección de Laureano Gómez, su hijo Álvaro dirigió aquel 6 de septiembre de 1952 la quema de las casas de Carlos Lleras Restrepo y de Alfonso López Pumarejo, así como las instalaciones de los periódicos El Tiempo y El Espectador. Mi casa, que también estaba amenazada, se salvó, pues mi madre, ante el inminente peligro que estábamos corriendo, emprendió conmigo en los primeros meses de ese mismo año un apresurado viaje para refugiarnos en Europa.
“Los gaitanistas sabemos perfectamente y no hemos olvidado las andanzas de violencia de Álvaro Gómez Hurtado. Pero hay algo que tú, como íntimo amigo de Álvaro Gómez, puedes dilucidar para que mi familia y yo podamos saber la verdad, que es algo que, como no lo logramos, nos carcome el alma. Pues bien, el prestigioso abogado chocoano conservador y laureanista Daniel Valois Arce, que ya falleció, en reportaje que le hiciéramos en el periódico Gaitán nos contó que él conoció a Juan Roa Sierra en las oficinas de Álvaro Gómez Hurtado en el periódico El Siglo, porque Roa en abril de 1948 era subalterno de Gómez.
“También lo declaró en la investigación, según me han dicho dos abogados que han leído el expediente del asesinato a mi papá, lo que yo no he hecho, porque cuando reviso las primeras páginas me enfermo y no puedo seguir adelante.
“El periódico Gaitán no estaba a la vista del público en la Biblioteca Nacional, así que fui a reclamar, con dos amigos que pueden servirme de testigos, para que no lo siguieran teniendo escondido. Mis acompañantes y yo vimos, en primera página de uno de los ejemplares, el reportaje a Valois Arce. La directora de la biblioteca de ese entonces nos prometió que lo empastarían y así lo hicieron. ¿Pero cuál no sería mi sorpresa al ver que en los periódicos empastados en la colección que precisamente faltaba el que tenía el reportaje a Valois Arce?
“La pregunta que hoy quiero que respondas es, aun cuando tengo muchas más para hacerte, ¿cuál era la relación de Álvaro Gómez Hurtado con el asesino de mi papá, Juan Roa Sierra?, ¿por qué en abril de 1948 lo tenía empleado en El Siglo bajo sus órdenes?, ¿por qué ese periódico acusó de inmediato a Fidel Castro de estar en Bogotá para el asesinato de mi papá?, ¿cómo supo Gómez instantáneamente de la presencia en Bogotá de ese jovencito desconocido que, en aquel entonces, era Fidel Castro?, ¿de dónde sacó tan precipitadamente Álvaro Gómez esa versión?
“Yo podría seguir haciendo preguntas sobre muchos hechos que me intrigan. Llegará el día en que se publicarán, con pruebas al canto, hechos que exigen respuestas sobre los responsables del carrusel de asesinatos que vienen cometiéndose deliberada y sistemáticamente en Colombia a partir del año 1946, motivados por el hecho de que, en aquel momento histórico, el Pueblo avanzaba indefectiblemente a la toma del poder y aquí la alternancia política está sentenciada a muerte por la oligarquía y sus agentes.
Gráfica.- Antonio Caballero. Foto: Gerente
7 de octubre de 2020
Tomado de aporrea.org, controversia.net y las2orillas.co