Gente brillante, decisiones no tanto

Moisés Wasserman.- En estos tiempos, la sociedad aspira a que se tomen buenas decisiones. Eso vale para todos: políticos, empresarios, académicos, maestros y ciudadanos. Se tiende a pensar que en la toma de decisiones sabias juegan un papel fundamental la inteligencia y la pericia derivada de estudios y experiencia.

Sí, pero no siempre. El pensamiento crítico (gran aspiración de la educación moderna) no ha sido fácil de lograr, sobre todo porque muchos creen que consiste en ser crítico con el pensamiento de los demás, cuando lo realmente importante es ser crítico con el pensamiento propio. Desde los años setenta, Kahneman (nobel de economía en 2002) y Tversky señalaron grandes problemas en el proceso de decisión, derivados de múltiples sesgos a los que el humano es propenso. Algunos autores han utilizado el ‘punto ciego’ como símil para explicar por qué gente brillante muchas veces toma decisiones tontas. En la retina, en el punto donde confluyen las neuronas del nervio óptico, no se transmiten señales al cerebro. Imagen que cae en ese punto no es percibida, y el cerebro compensa inventando algo que puede ser falso.

Estos sesgos, descritos por muchos autores modernos, son una verdadera trampa. Son comunes, por ejemplo, el sesgo de confirmación, que lleva a la persona a ver los hechos que están de acuerdo con su prejuicio y a descartar los que lo contradicen; el sesgo del marco, que nos lleva a ver estadísticas de acuerdo con la forma como se presentan (el 90 % de alfabetización suena bien, mientras que el 10 % de analfabetos nos parece una barbaridad, aunque es lo mismo); el sesgo que nos lleva a aceptar afirmaciones de gente que nos cae bien y rechazar las de quienes nos antipatizan, independientemente de lo que digan los hechos, y muchos otros que no caben acá.

La pregunta es si la gente inteligente y preparada también cae en la trampa, y la respuesta parece ser que sí, con frecuencia. En un libro de hace pocos años, ‘La trampa de la inteligencia’, David Robson reúne evidencias para argumentar que la sensación de ser muy inteligente, y muy experta en un campo, hace a la persona más susceptible a tomar malas decisiones. El profesor De Bruin, de la Universidad de Leeds, elaboró un sistema de puntuación para la competencia de toma de decisiones y señala, con un estudio experimental, que el coeficiente intelectual no se asocia directamente con la capacidad para la buena toma de decisiones. Una posible explicación es que la gente que toma malas decisiones confía más fuertemente en su intuición que en el pensamiento deliberativo.

Un experimento en la universidad de Yale es significativo. El profesor le preguntó a un grupo de estudiantes que estaban a punto de graduarse si conocían en profundidad las bases más fundamentales de su disciplina. La respuesta mayoritaria, como era de esperar, fue que sí. Después les pidió que las explicaran brevemente por escrito. Acá, el resultado no fue bueno. Todos tenían la percepción de que eran expertos, pero la mayoría (y en una de las mejores universidades del mundo) estaba lejos de entender en profundidad algunos de los principios fundamentales de su carrera.

A la verdad no se llega en paracaídas, sino por un camino de pasos cortos y vacilantes. El ‘magister dixit’ (‘dijo el maestro’) fue un argumento que se usaba hace años; hoy, el razonamiento debe ser convincente y coherente, no importa de quién venga. Los maestros de verdad lo saben y aciertan más porque dudan más.

¿Qué recomendar para que inteligentes y expertos no tomen decisiones tontas? Pensamiento crítico, sobre todo con las ideas propias; humildad respecto al nivel de experiencia y conocimiento, reconocimiento de las incertidumbres, complejidades y múltiples visiones sobre aquello que debe decidir.

Moisés Wasserman
En Twitter: @mwassermannl