Bogotá, 20 nov (PL) Excomandantes de la FARC-EP denunciaron hoy que fue cambiada la esencia del Acuerdo de Paz negociado en La Habana »por obra y gracia de la interpretación jurisprudencial, la implementación legislativa y la perfidia del Estado». Seguir leyendo «Excomandantes FARC: Al Acuerdo de Paz le cercenaron el alma»→
Caracas, 20 de noviembre de 2018.- El Gobierno Nacional rechazó las agresiones contra su institucionalidad democrática desde la Presidencia de Colombia.
A través de un comunicado difundido en el portal web del Ministerio de Relaciones Exteriores, cuestionó que el mandatario Iván Duque “pretenda dar lecciones de democracia y gobernabilidad”, cuando su país figura como líder mundial en narcotráfico, paramilitarismo y falsos positivos. Seguir leyendo «Gobierno venezolano rechaza “obsesivas agresiones” de Iván Duque»→
El periodista colombiano Hernando Calvo Ospina, exiliado en Francia desde los años 80, tras haber sido desaparecido, torturado y preso, analiza con RT la conformación de las fuerzas paramilitares en el seno del Estado colombiano.
El escritor y periodista colombiano Hernando Calvo Ospina es directo: «El Estado en Colombia es la fuerza más asesina del país».
Esta afirmación no la hace a la ligera. Ha investigado exhaustivamente el tema y parte de su trabajo ha quedado plasmado en el libro ‘El terrorismo de Estado en Colombia‘, publicado por la editorial venezolana El perro y la rana y presentado recientemente en la Feria Internacional del Libro en Venezuela.
Calvo Ospina posee una historia personal tan desconcertante como la información que desmenuza con precisión sobre la oligarquía colombiana y su relación con la violencia que ha asolado al país suramericano desde hace unos doscientos años.
Hernando Calvo Ospina, periodista colombiano, en la sesión inaugural de un encuentro que se celebró en La Habana (Cuba), 2 de junio de 2005. / Ismael Francisco / AIN / AFP
Este escritor, que nació hace 57 años en Cali, Colombia, mientras fue estudiante de Periodismo en la Universidad Central de Ecuador, en Quito, fue detenido arbitrariamente y desaparecido por fuerza militares colombianas y ecuatorianas. Corría el año 1985.
Durante varios días fue torturado por ser un sospechoso habitual, es decir, ser un colombiano de izquierda con supuestos nexos con la guerrilla del M-19, que había retenido a un empresario ecuatoriano.
Como su presunta relación con el grupo irregular no fue demostrada, fue apresado solo durante tres meses. De Ecuador fue enviado a Perú, tras la presión internacional por su caso. Sin embargo, debido a que el entonces presidente Allan García lo declaró ‘persona non grata’, voló a París, cuyo gobierno lo acogió. Era 1986.
Estado y paramilitarismo
En las casi cuatrocientas páginas de su texto, Ospina traza de manera precisa la relación que existe en Colombia entre el Gobierno, las clases privilegiadas, las empresas transnacionales y el paramilitarismo.
Al conversar con RT en Caracas sobre su libro, es tajante: «El Estado colombiano es responsable de más de 95 % de las violaciones a mujeres, a niños, de crímenes atroces, porque el paramilitarismo es el alma del Estado en Colombia«.
«Los paramilitares en Colombia nacieron antes de que los inventara EE.UU.»Hernando Calvo Ospina, escritor colombiano
Esta afirmación se encuentra sustentada en su investigación, donde sitúa la conformación del paramilitarismo en los años cincuenta, cuando es legalizado como «autodefensa» ante los grupos subversivos. Ya en 1965 un decreto de la Doctrina de Seguridad Nacional permitía la constitución de estos grupos conformados por civiles que trabajaban en la defensa para el Gobierno. Tres años después ya gozaban de un estatus legal.
«Los paramilitares en Colombia nacieron antes de que los inventara EE.UU.», afirma el escritor, que agrega que el nivel de contrainsurgencia que existe en su país «es una escuela».
¿Dónde está el problema?
Calvo Ospina sitúa el origen de la problemática de su país, al que no ha podido volver, en la «intransigencia política«. «No hay la posibilidad de una fuerza política alternativa, que se vaya a desarrollar, porque le ‘cortan la cabeza'», expone.
Paramilitares colombianos esperan para entregar sus armas en Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, 3 de febrero de 2006. / Fredy Builes / Reuters
De ese tema habla en su obra al hacer un recorrido histórico por la acción de figuras como el militar y político colombiano Francisco de Paula Santander (1792-1840), al que denomina como «el primer gran ejemplo de la traición e intransigencia política de la élite colombiana«, que según su opinión, «vio en el asesinato de Simón Bolívar la sola posibilidad de desmembrar a la Gran Colombia».
En un recorrido de doscientos años, el también autor de ‘Colombia, laboratorio de embrujos’ recuerda la participación de la oligarquía criolla enfrentada a la peninsular por el poder, durante la Independencia, y la explotación y «ansias de lucro» de la clase dominante dueña de cultivos de café, cacao, caucho, bananos y de minas de metales preciosos.
La tierra
El problema en Colombia y el resto de América Latina sigue siendo el mismo: la tenencia de la tierra.
«Nos debería dar vergüenza que el café que toman los colombianos es de otro lado».Hernando Calvo Ospina, escritor colombiano
Las condiciones para los trabajadores de la tierra y productores de rubros como el café, la papa, el plátano y el arroz son muy precarias y los precios que les dan por sus cosechas son muy bajos, continúa Calvo Ospina. Por esta razón, algunos se dedican a cultivos como el de la coca.
«No hay carreteras para sacar el producto, no tienes lo necesario para tener una buena producción. Es mucho más fácil con la coca, te dan todo: la semilla, los pesticidas», lamenta.
Así, desde su punto de vista, «el sistema está hecho para que el campesino siga produciendo coca porque la pagan bien», pese al impacto social negativo que causa.
Campesinos recolectan granos de café en Pueblo Bello, en el norte del Cesar, Colombia, 29 de enero de 2014. / Jose Miguel Gomez / Reuters
El escritor se refiere también a los rubros que fueron iconos en la producción agrícola colombiana y que desde hace unos años son importados. «Nos debería dar vergüenza que el café que toman los colombianos sea de otro lado», expresa. La producción del mejor grano va al exterior y más de 80 % del que se consume internamente proviene de Ecuador y Perú, recoge La Tierra Esclava.
El vecino incómodo
Por otro lado, Calvo Ospina cataloga la situación económica como «grave»: «la mayoría de la población tiene para escoger entre nada y nada».
«El principal problema que tiene Venezuela es un país que se llama Colombia».Hernando Calvo Ospina, escritor colombiano
El Departamento Administrativo Nacional de Estadística, Dane, refiere un crecimiento económico de 2,7 % en el tercer trimestre de este año, pero en 2017, el 26,9 % de los colombianos se encontraba en pobreza monetaria y un 7,4 % en extrema, según el mismo organismo.
Según el periodista, tanto la problemática económica como la política o militar hacen que «el principal problema que tiene Venezuela es un país que se llama Colombia».
«Desde la frontera en Cúcuta, hasta Bogotá, se vive de la gasolina venezolana, de alimentos, de medicinas subsidiadas por el Estado venezolano. Es una realidad. Si la frontera se cerrara veríamos a Cúcuta, Bucaramanga, pasando hambre», afirma.
Gasolina de contrabando en Cúcuta, Colombia, en la frontera con Venezuela, el 26 de agosto de 2015. / Luis Acosta / AFP
El Gobierno venezolano ha denunciado reiteradamente el contrabando de extracción que se hace del combustible y productos de uso prioritario, además de la moneda local que es vendida por un precio más elevado que su valor nominal en el país vecino. Según expertos, en 2015 unos 45.000 galones de gasolina ingresaban diariamente de manera ilegal a Colombia.
A principios de noviembre de este año, Caracas informó sobre la muerte de tres militares venezolanos en una «emboscada paramilitar» en el estado fronterizo de Amazonas. En esa oportunidad, el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, manifestó que Bogotá se había negado en varias ocasiones a establecer comunicaciones para tratar temas comunes, entre ellos el de la seguridad.
Democracia genocida
Calvo Ospina dice sin ambages: «La democracia más genocida que he conocido es la de Colombia», y apoya su afirmación en cifras: la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), recoge en su libro, determinó que entre 2002 y 2005, durante el gobierno de Álvaro Uribe, hubo 2.750 homicidios y desapariciones por parte de grupos paramilitares.
El expresidente Álvaro Uribe anuncia su candidatura, Bogotá, Colombia, 27 de noviembre de 2005. / LUIS ACOSTA / AFP
Según la Alta Comisionada de la Organización de Naciones Unidas (ONU) para los Derechos Humanos, en un documento del año 2000, el Estado colombiano debe hacerse «responsable por omisión, tolerancia o apoyo de los crímenes cometidos por esos grupos cobijados en las Autodefensas Unidas de Colombia», plasmó en su texto.
Además, según el Centro de Investigación y Educación Popular Cinep, las Fuerzas Armadas asesinaron extrajudicialmente a 3.330 personas en el 2003; 818 en el 2004; y 1.037 en el 2005.
Incluso la Comisión Intercongrecional de Justicia y Paz, cuyo cálculo incluye en su obra, compara los fallecidos y desaparecidos durante la democracia en Colombia con los del cono sur en las dictaduras.
En la presidencia de Virgilio Barco (1986-90) la cifra es de 13.635 víctimas.
En el periodo de César Gaviria (1990-94), corresponde a 14.856.
Durante agosto 2002 y junio 2004, en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, fue de 10.586.
Al ser consultado sobre la perspectiva de cambio en su país, tras el 44 % del total de la votación que obtuvo el excandidato presidencial Gustavo Petro en los pasados comicios de junio, en los que resultó ganador Iván Duque, dice que no es optimista. «No conozco oligarquía tan sangrienta y tan tonta como la colombiana», concluye.
Este lunes falleció Alí Rodríguez Araque, quien ejercía como embajador de la República Bolivariana de Venezuela en Cuba, así lo informó en su cuenta en la red digital Twitter, el periodista Rolando Segura, corresponsal en la isla caribeña de la multiestatal Telesur.
Rodríguez fue un político, abogado y diplomático venezolano, además ministro de Energía y Minas entre 1999 y el año 2000, en la presidencia de Hugo Chávez.
Washington, 19 nov (PL) Un tribunal estadounidense celebrará hoy una audiencia sobre la demanda interpuesta por organizaciones de derechos civiles contra la decisión del presidente, Donald Trump, de negar las solicitudes de asilo a quienes entren ilegalmente al país. Seguir leyendo «Analizan demanda contra cambio de política de asilo en EE.UU.»→
Es muy cómodo culpar a otros, lanzar piedras y esconder la mano. Señalar a los demás creyéndonos semidioses y jueces con todo el poder para sancionar su doble moral como si nosotros no la tuviéramos también. Cuestionar lo que hacen o dejan de hacer, lo que nunca hicieron y entre más lejos estén es mejor, así no nos alcanzan y no nos encaran y refutan nuestra falta de escrúpulos.
Buscamos una válvula de escape por donde se fuguen nuestras responsabilidades y nuestras culpas y así quedarnos con los dardos y nuestro desinterés en involucrarnos en todo aquello que nos exige. En todo aquello que nos exponga y nos coloque en un lugar vulnerable por los principios de humanidad y convivencia que defienden quienes luchan por la equidad. Preferimos estar del otro lado, reculados y lanzando aguijones envenenados a quienes creemos causantes de nuestras desgracias.
Así es como culpamos a las injerencias de otros países. ¿Y nosotros qué hicimos para que esas injerencias no se instalaran? ¿Qué hicimos para que en lugar del inglés como idioma extranjero enseñándose en las escuelas se enseñen antes que el castellano los idiomas originarios? No existen los idiomas originarios en el pensum escolar. ¿Es culpa de la injerencia? Tal vez sí, de la invasión al principio pero han pasado 500 años, ¿sigue siendo culpa de ellos o es irresponsabilidad nuestra? Nosotros que queremos ser de todos lados menos de donde somos.
Nosotros con nuestras mentes colonizadas pensando que una marca, una muda de ropa, un reloj, un título de universidad, un estilo de vida copiado nos convertirá en caucásicos de dos metros, de ojos azules y cabello rubio: nosotros negando nuestra raíz ancestral. ¿Es culpa de los injerencistas? ¿Es culpa de los invasores?¿O es nuestra mediocridad y nuestra falta de agallas y de amor propio? ¿Nuestra falta de identidad cultural? ¿Nuestra falta de respeto a nuestra genética? Somos originarios y lo seguirán siendo las generaciones por venir, así nos tiñamos el cabello, hablemos 5 idiomas extranjeros y copiemos el estilo de vida pretendiendo ser otros para seguirnos negando a nosotros mismos.
“Malditos los gringos invasores y racistas” gritan con su doble moral quienes llaman “indios patas rajadas” a sus hermanos indígenas; porque en Latinoamérica todos somos originarios así lo neguemos. “Fascistas” gritan quienes ponen sus zapatos sucios en las cajitas de los niños que salen a pelear el día a las calles lustrando zapatos.
¿Es más fascista el caucásico que odia de igual manera que odia el “ladino” que explota al niño que no tiene cómo ir a la escuela ni qué comer? Que lo explota colocando sus zapatos sucios para que sus manitas ajadas los limpien. ¿Eso acaso no es una metralla que mata el alma? ¿Qué arranca la vida? ¿No es eso opresión, explotación, humillación? ¿Qué es entonces?
¿No somos nosotros acaso los que violamos niñas? ¿Los que golpeamos mujeres? ¿No somos nosotros los que las vemos como un pedazo de carne, como culos? ¿O es culpa de ellos, de los invasores e injerencistas? No, las violamos por machismo, por imposición, por misóginos. Nos violan porque se les pega la gana, porque saben que los pueden hacer y que ninguna ley los juzgará porque el sistema es patriarcal.
¿Es culpa de la injerencia que tengamos bares en cada esquina de las calles de Latinoamérica? Que unas creyéndose puras y santas traten como putas a quienes son violadas, golpeadas y asesinadas en esos lugares a donde van campantes nuestros esposos, compañeros, amigos, hermanos, abuelos, hijos. Eso también es una metralla.
Y nosotros capitalinos, urbanos, humillamos y explotamos al campesino que llega con necesidad de trabajo a tocar las puertas de nuestras casas y los ponemos hasta a limpiar nuestros vómitos a cambio de una tortilla con sal. ¿Eso acaso no es una metralla? ¿Es culpa de la injerencia? ¿De esos “malditos gringos” que nos quieren quitar todo? ¿Quitarnos qué? Nuestra mediocridad, arrogancia, patanería, machismo, mojigatería, ojalá y se la llevaran los injerencistas y tal vez así dejaríamos de tirar piedras y nos diera por vernos en un espejo.
¿No somos nosotros prietos, acaso tan fascistas y racistas con los migrantes como el peor de los fascistas caucásicos? En Estados Unidos el que peor trata a un migrante latino sin documentos es otro migrante latinoamericano que sí los tiene. ¿Qué tal tratamos los capitalinos en Latinoamérica al migrante que llega del interior del país? ¿Al migrante empobrecido que llega de otras partes de Latinoamérica o del mundo? ¿O qué, nos damos baños de pureza y los tratamos con manjares y pétalos de rosas?
¿No somos nosotros los que permitimos que desde dentro regalen nuestros recursos? ¿No somos nosotros los que permitimos que nos pongan de alfombra para que nos pisoteen quienes llegan con sus relucientes zapatos de charol a llenar costaladas con nuestra dignidad como aserrín?
¿No somos nosotros quienes permitimos eso? ¿No somos nosotros lo que tenemos chilate en las vena al ver a tanto niño viviendo en las calles y no hacer nada por evitarlo? ¿Al ver familias completas migrando? ¿Al ver centenares de personas viviendo en los basureros? ¿Qué hacemos con los terratenientes que explotan al jornalero? ¿Con los oligarcas que no pagan impuestos? Claro, todo es culpa de los injerencistas.
¿No somos nosotros los que permitimos que misóginos, machistas, ladrones, cachurecos, genocidas y fascistas lleguen al poder? Es nuestro voto y es nuestro silencio, somos nosotros reculando dándoles el paso porque nos representan. Y si nos engañan de principio o toman el gobierno por asalto, con sus leyes manoseadas no hacemos nada porque al final somos como ellos. ¿Es culpa de los injerencistas caucásicos, “fascistas” de dos metros de altura, ojos azules y cabello rubio?
¿Son ellos los que realizan las limpiezas sociales? ¿Son ellos pidiendo la pena de muerte para los parias? ¿Son ellos los que aplauden cada vez que un líder campesino es masacrado o desaparecido? ¿Son ellos los que pasan en sus carros del año atropellando manifestaciones de estudiantes que exigen al gobierno educación de calidad y recursos?
Sin lugar a dudas, Latinoamérica es sitiada por la injerencia de bandas criminales de la oligarquía mundial, siempre ha sido así y es porque América Latina a pesar de estos 500 años de saqueos, es una inmensa tierra fértil y un pueblo multicultural y multiétnico que la enriquece día a día. Por supuesto nosotros grandes mediocres no nos colguemos de eso, no somos parte de su grandeza.
No es la injerencia, a estas alturas 500 años después es la mente colonizada y la explotación de prietos contra prietos; así unos se tiñan el pelo, se compran una muda de marca, un carro del año o parchen la pared de títulos de universidad.
Dejemos de tirar piedras y esconder la mano, veámonos en un espejo y hagamos lo que nos toca. Podríamos empezar por los más difícil y casi imposible: erradicar este sistema patriarcal y dejar de referirnos a las mujeres como culos, dejar de golpearlas, violarlas y asesinarlas porque es lo más urgente.
Los recursos del sistema democrático
no parecen ser suficientes para impedir su colapso.
Si algo quedó claro durante la Cumbre
Iberoamericana de Presidentes y Jefes de Estado, es la bancarrota moral del
sistema político en la mayoría de países latinoamericanos. Con democracias
débiles –algunas a punto de desaparecer bajo los incesantes embates de la
corrupción- y escasas perspectivas de recuperación, los gobernantes dejaron
patente su incapacidad para cumplir con los objetivos planteados desde hace
casi dos décadas para reducir la desigualdad, la extrema pobreza, el hambre, la
desnutrición infantil, la falta de educación y otros parámetros que marcan el
profundo subdesarrollo de nuestros países.
Los discursos de la Cumbre no se
diferenciaron gran cosa de aquellos elaborados para otros encuentros, otras
cumbres, otras asambleas; excepto, quizá, por el énfasis en las crisis
migratorias. Pero los problemas fundamentales continúan hundiendo a los pueblos
mientras sus líderes enfocan sus esfuerzos en librarse de investigaciones de
corrupción y blindar sus fortunas mal habidas con los recursos que les ofrece
un sistema diseñado para ello, arrasando con marcos jurídicos y buscando
escondrijos legales.
A la par de la bancarrota moral que
todo eso implica, las huestes políticas han creado las condiciones ideales para
una bancarrota democrática que les daría el espacio y el poder para actuar a su
antojo en las décadas por venir. Los acosos a la prensa independiente son
apenas uno de los pasos mediante los cuales buscan cercenar la participación
ciudadana y su posible incidencia en decisiones de Estado. Todo indica un
intento de crear las condiciones para conseguir el aval ciudadano en la
consolidación de regímenes dictatoriales, con el manido argumento de reducir la
violencia.
Los participantes en la Cumbre –en
especial quienes gobiernan los países menos desarrollados- han gozado de los
beneficios del poder para consolidar sus privilegios, pero han abandonado sus
promesas de cambios sustanciales para favorecer al resto de la población. Esto,
porque esas promesas nunca fueron pronunciadas con otra intención más que
apoderarse de espacios privilegiados desde los cuales, y con el entusiasta
concurso de sectores de poder económico, es posible amasar fortunas obscenas
sin pagar las consecuencias.
El tráfico de influencias y la
impunidad fueron el sello de identidad de algunos presidentes presentes en la
Cumbre. Con un descaro insolente se presentaron como víctimas de oscuras
conspiraciones, como líderes contra la corrupción y piadosos ejemplares de
pureza espiritual. En la realidad han condenado a sus pueblos a la miseria
extrema, a la muerte por falta de atención sanitaria por el colapso de los
hospitales públicos, a la ignorancia por el colapso del sistema educativo, a la
violencia y la muerte por las debilidades injustificables del sistema de
investigación y justicia.
Estos magnos eventos solo sirven, alfinal de cuentas, para ofender a los pueblos marginados, conscientes de suimpotencia frente a los círculos de poder. Las abundantes falsedadesderrochadas en discursos sobre-elaborados quedarán impresas en los informesfinales y, al formar parte de documentos históricos, les restarán todalegitimidad. La verdad es otra: está en los indicadores de desarrollo humanocuyos números indican con meridiana claridad el retroceso en la lucha contra elhambre, en la mortalidad materna, en la asistencia a las escuelas, en eltrabajo infantil, en las violaciones sexuales, en las ejecuciones extrajudiciales y en los juicios manipulados para cubrir los actos de corrupción.Ese es el verdadero contenido del discurso que jamás se pronuncia.