Chávez está en todos los rostros

Nathali Gómez
 Chávez está en cada rostro que llenó este miércoles el Paseo Los Próceres, en Caracas. Es la madre, el abuelo, el motorizado, la wayuu, el militar, el ministro, la persona con discapacidad, el niño, el estudiante, el obrero, el gobernador. El pueblo.

Bajo el sol, que calentaba cada uno de los pechos, que latían en un solo compás, las manos se unían en una cadena que iba desde las gradas del final de Los Próceres hasta el inicio de paseo. Todos querían verlo, reconocer su propio rostro en el compañero de al lado, en remolino multicolor que contagiaba a cada uno de su fuerza.

«Ahí viene, ahí viene» se escuchaba cada tanto. En ese momento, todos corrían, se agolpaban para recibir al Comandante Hugo Chávez, una vez más hecho pueblo.

«Chávez nos dio la raíz, ahora nosotros seguiremos dando el fruto», dijo Inés Muñoz, de Catia La Mar, estado Vargas. Los frutos ya se asomaban a los árboles, a los largo de ese espacio de la capital construido para honrar a los héroes independentistas: soldados jóvenes agitaban banderas en sus copas y sostenían cuadros con la imagen del Presidente.

Abajo el resto de las personas buscaba la sombra, caminaba de un lugar a otro o se ponía a conversar con sus compañeros de espera.

José Villamizar, un hombre de 60 años, habitante de la parroquia caraqueña de San Martín, no se preocupaba por el transcurrir del tiempo mientras llegaba el Presidente, pues desde los 13 años, después de leer un libro sobre el combatiente Ernesto Che Guevara, sabía que un líder revolucionario surgiría en Venezuela.

En sus manos tenía la imagen de Chávez sonriente junto a sus dos hijas mayores. «Tengo esta foto porque lo amo», dijo mientras con su puño tocaba el lado izquiero de su pecho. «El corazón se me explota para lo bueno», afirmó con la voz quebrada.

«Antes estábamos apagados, ahora soy vocero de una junta comunal», dice al saberse motor del Poder Popular.

¿Ya viene Chávez?

-Mamá, ¿ya viene Chávez? Le dice el pequeño Gabriel, de siete años a Ivelice Istúriz, quien se esconde del sol bajo un árbol.

-Ten paciencia -responde-. Debemos quedarnos aquí, mira que somos muchas personas que lo queremos ver.

Gabriel está impaciente. Su madre lo convence de que vaya al parque, mientras esperan. «-Está bien, dice él, pero avísame cuando esté cerca».

Ivelice cuenta que su hijo ama al Presidente y que viven en Los Teques, capital del estado Mirada. «Cuando pusieron el Elevado Bicentenario, pasamos por él. Mi hijo y yo nos pusimos a llorar porque ahora teníamos ese puente tan lindo. Por eso él lo ama».

Mientras Gabriel jugaba en los parques ubicados a lo largo del Paseo Los Próceres para el disfrute de los más pequeños, su madre le preguntaba a un militar la razón de ese listón con los colores de la bandera en su brazo.

Él le explicó que era inspirado en el que usaron los miembros del Movimiento Bolivariano 200, dirigidos por el entonces teniente coronel Hugo Chávez, como forma de identificarse durante la rebelión cívico-militar del 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992.

Ivelice ve al líder de la revolución socialista como un maestro, un padre, un amigo. «En el Aló, Presidente él nos aconsejaba hasta sobre la alimentación. Decía que comiéramos carnes a la plancha, que tomáramos jugos naturales, que hiciéramos ejercicio».

Bajo un sol tan picante como el de su tierra natal, Yorely Gónzalez, del pueblo wayuu, camina con su manta colorida junto con un grupo de mujeres de ojos achinados.

«Aquí estamos con el hombre que nos ha enseñado. Antes no teníamos derechos, éramos discriminados. Ahora tenemos la Ley Orgánica de los Pueblos y Comunidades Indígenas, la Constitución».

El futuro presente

Sentada en la grama, Yatzury León, de 25 años, conversaba con un grupo de estudiantes de Medicina Integral Comunitaria. «Me faltan tres meses para graduarme de médico en la Universidad Bolivariana de Venezuela, en el estado Vargas. Allí tenemos una formación humanista, basada en la solidaridad, sin el criterio comercial con el que muchos manejan la medicina».

Yatzury se levanta precipitadamente ante una voz que dice: «Ahí viene, ahí viene», pero pasa un rato y no se ve nada y se vuelve a sentar. «Antes nos decían: joven, tienes un futuro, pero no nos dejaban tener ideas, estudiar. Con Chávez tenemos un padre que siempre recalcó la importancia de que nos formáramos».

La marea roja este día el multicolor. Se alzan pancartas con mensajes de amor para Chávez, fotos, flores, gorras, pinturas, banderas, «chavecitos». También circulan motos, coches, pies con zapatos desgastados, muletas, sillas de ruedas. Todos quieren saludar al Comandante.

Carmen María Vazquez está sentada sobre su silla de ruedas. Su madre la acompaña y sostiene una sombrilla, ante el sol que aviva las ganas de ver el rostro de ese Chávez hecho pueblo. «Estudio en la Misión Ribas, me operaron gratuitamente de la columna vertebral gracias al Gobierno».

Su madre dice que es la primera vez que tiene una silla de ruedas eléctrica. «Es su independencia», dice, al referirse a ese equipo vital para su locomoción, precisamente en el Paseo donde se encuentran las estatuas de los hombres que lucharon por la emancipación.

Esta joven bachiller, que aplaude con alegría mientras suena la canción «Chávez corazón del pueblo», dice que a pesar de sus limitaciones, ahora la gente la trata con mayor conciencia de su condición y con mayor respeto.

«El Rey de la pepa de mango», como conocen a Diego Sánchez, de Acarigua, dice que él también es «arañero», como le decían al pequeño Hugo Rafael cuando vendía dulces, llamados arañas, por allá en Sabaneta, su tierra natal.

Diego no vende golosinas, hace pequeños arácnidos de material reciclado, semillas, entre ellas las de mango y durazno, y alambre.

Para él, el líder mundial es la conciencia y la vida.

Míralo, míralo.

Los rostros se confunden. Mientras que en la televisión es fácil distinguir a los miembros del gabinete, en la calle son un todo que camina al clamor de la «unidad, unidad, unidad», tal como siempre lo pidió el Comandante.

Las manos se enlazan con más fuerza cuando un guardia dice que allá viene. Las motos y la música se confunden. Las horas de espera de todos esos rostros sudorosos y ansiosos casi culminan. El huracán Chávez está ahí, verlo es ver a quien está codo a codo entre la multitud, verlo es reconocer el propio rostro en ese pueblo que sincronizó su corazón para latir con fuerza y al unísono una vez más.

Nathali Gómez AVN