Por Efraim Medina Reyes
Hace unos días leí que en un barrio de los suburbios de Sao Paulo una niña de cuatro años se había lanzado desde el séptimo piso de un elegante condominio porque su padre se había negado a comprarle un juguete. Esa niña a quien el artículo daba solo el nombre de Manú pasaba, como millones de niños en el Planeta, horas y horas frente a la televisión y precisamente en un comercial de la programación infantil había visto aquel juguete.
Lo curioso es que la niña ya tenía ese juguete aunque, según relató el padre a la policía, no era la primera vez que ella pedía algo que ya poseía y que esta vez él había decidido no complacerla e incluso había escrito un mensaje a ese canal quejándose del implacable bombardeo de estupideces a que sometían a los niños y al hecho que el volumen del aparato subiera de forma insoportable durante los comerciales para concentrar aún más la atención de los pequeños. Una cocina integral de Hello Kitty era el juguete que Manú exigió de mil modos a su padre horas antes de arrojarse al vacío provista de unas delicadas alas de Campanita.
Una cocina de Hello Kitty es también lo que mi hija desea que le traiga Papá Noel esta Navidad. También ella pasa tiempo, más del que me gustaría, viendo dibujos animados. Indefensa frente a la avalancha de comerciales y al volumen que fluctúa de acuerdo a los intereses de quienes controlan la programación.
Mi intención cuando nació, y supongo que muchos otros padres la han tenido, era mantenerla alejada en lo posible de la pantalla. Sin embargo, la frenética rutina de los días con sus quehaceres suelen reducir las buenas intenciones a su mínima expresión.
En mis intenciones la televisión aparece en ocasiones como el enemigo esencial, pero en la vida práctica es el cómplice ideal para distraer a mi hija cuando lo considero necesario. Esto me causa cierto malestar y me hace sentir culpable. Por supuesto, le dedico mucho tiempo a mi hija, le leo libros, la llevo a jugar al aire libre, procuro hablarle con naturalidad de la diferencia que existe entre lo que sucede en aquella pantalla y lo que es la vida real. Y al final, cuando estoy exhausto, enciendo la televisión y me siento a su lado a ver monicongos.
Hoy he reforzado la seguridad de todas las ventanas de la casa y le he dicho una y otra vez a mi hija que Campanita y demás criaturas por el estilo son parte del mundo de la fantasía y no vuelan en realidad. Ella sonríe con escepticismo y abraza su versión en peluche de Campanita y de nuevo trato de explicarle que aunque Campanita esté allí la verdad es que no existe, hasta que me doy cuenta que mi explicación es más compleja que cualquier realidad, y que mi hija acaba de cumplir tres años.
Pensar en Manú me entristece y angustia. Imagino aquel padre destrozado, y vago por la casa detrás de mi hija. La televisión está apagada desde que leí aquel artículo y mi resistencia está llegando al límite. Sé que es absurdo culpar a un comercial por la muerte de esa niña y más absurdo aún son las circunstancias en que ella perdió la vida. El mundo es un lugar peligroso y aunque nuestras posibilidades son escasas tenemos el deber de combatir los demonios, y la televisión es uno de ellos.
El padre de Manú pensó que estaba segura y cuando ella, vestida de Campanita, lo amenazo con irse volando si Papá Noel no le traía aquel regalo él respondió sonriente que no llegaría muy lejos con esas alas y que Papá Noel no complacía a las niñas caprichosas.
Lo que no podía prever era el fatal desenlace que tendrían sus palabras. Después de todo las ventanas de aquel apartamento permanecían cerradas y estaban a una altura que resultaba inalcanzable para Manú. Pero esa mañana la mujer que les ayudaba con el aseo se olvidó de poner seguro a una de las ventanas y Manú, nadie es más cruel e irónico que el destino, para lograr su objetivo arrastró y escaló aquella cocina de Hello Kitty que Papá Noel le había traído la última Navidad.
Efraim Medina Reyes (Cartagena 1967). Autor, entre otros libros, de Érase una vez el amor pero tuve que matarlo y Técnicas de masturbación entre Batman y Robin.